¿Corto, corto?

La editorial de Jordi Pérez

Los clientes: benditos clientes… Ellos son el centro de nuestro negocio. Ocupan una gran parte de nuestros pensamientos, todas nuestras instalaciones. Los servicios y productos van dirigidos a ellos, los trabajos y la técnicas. Las formaciones que recibimos no solamente las hacemos porque nos apasiona nuestro trabajo, sino porque queremos mejorar el servicio que les damos. Pero claro, hay clientes y clientes.

Yo lo divido en dos grandes grupos: los que vienen por el cabello que les dejamos y los que vienen por el cabello que les quitamos. Afortunadamente, el grueso de nuestra clientela se basa en los del primer grupo, aunque lógicamente los del segundo grupo también son bien recibidos.

Sin embargo, hay una cosa que me fastidia, que me fastidia mucho. Y es que alguien que venga a esquilarse, a sacar mucho cabello, se haga pasar por un cliente de los que vienen con una frecuencia alta y realmente valoran el cabello que les dejas por encima de otras consideraciones.

Me explico. ¿No os habéis encontrado nunca con algún caso así? Que venga alguien nuevo y te dé una explicación del tipo: “me cortas un poco los lados y me lo dejas más largo de arriba, lo que más me interesa es que me lo vacíes un poco porque tengo demasiado volumen”. Empiezas a trabajar y, cuando llevas unos veinte minutos, te dice: “no, no, corta un poco más, que a mí me crece muy rápido y en dos días lo voy a tener igual”.

En ese momento te preguntes: ¿a ver si lo he interpretado mal? Pero no, estoy haciendo justo lo que me ha dicho. Se lo intentas explicar con buenas palabras y te contesta: “no, no, corta más, corta sin miedo, que ahora vamos de cara al calor y lo quiero cortito para ir fresquito”.

Me pregunto: ¿y no me lo podías haber dicho antes en lugar de marear la perdiz? Estoy haciendo tres cortes diferentes y, si de entrada me hubieras dicho que lo que querías era un corte cortito, ya estarías. Te lo habría dejado bien corto y todos tan amigos: no hay que avergonzarse de pedir el cabello bien corto para luego estar seis meses sin pisar la peluquería. Lo que me fastidia es que me intenten enredar: que me digan de buenas a primeras lo que quieren y yo se lo hago, pero que no me mareen.

Por suerte, como he dicho antes, la mayoría de mis clientes no responden a este perfil. Pero, de tanto en tanto, cae alguno de estos. Y es cuando pienso: pero, ¡qué clientela tan buena que tengo!

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