Yo fui zombi

De cómo la sociedad pretende ocultar el fracaso

En esta sociedad, el dios Éxito es omnipresente y todopoderoso. Bajo su manto, el mundo de los humanos se diseña, desarrolla y mide sin piedad de la cruel deidad. Pero, en ocasiones, uno se aleja de su cálida protección y se sume en el olvido del más allá, de la fría frontera que separa al dios, de la yerma tierra del Fracaso.

Puedo hablar de ello porque durante 10 años he sido zombi. De hecho, lo estoy dejando poco a poco, no tan deprisa como me gustaría: esto de la deszombificación es más lento de lo que esperaba y deseaba.

Decía que he sido un zombi: un zombi económico. Pero, ¿y eso qué es? Un zombi económico es aquel individuo o familia que, sin llegar a estar muerto económicamente, deja de tener consistencia monetaria para la sociedad. Implica pertenecer a esa subespecie de familias que, sin perder el disfrute de un techo que antes era de su propiedad, sí ha perdido su posesión legal. Tienen las llaves de la casa, pero no saben hasta que día las seguirán abriendo. Es una situación que puede durar otra semana, otro mes, otro año si ocurriera un milagro…

Ser un zombi económico es una situación difícil de explicar a familiares o amigos y que intentas esconder a tus compañeros de trabajo. Incluso puedes olvidar cómo coño has llegado a ella y debes realizar un gran esfuerzo memorístico para lograr enlazar el camino que te ha llevado hasta allí.

Si llegas a esta situación, está claro que ha sido fruto de una debacle monetaria; de compendios de razones más o menos atribuibles a uno mismo. Dejar de pagar la hipoteca se convierte en uno de los últimos recursos a la que la antaño existente clase media recurre para sobrevivir. Hasta llegar a la irresponsabilidad de dejar de pagar tu deuda con el banco, pasas años de llegar a presupuestos de 10€ de comida diaria para tres: llegas a ni tenerlos.

Miedo, desesperanza, impotencia oyendo hablar de brotes verdes en la televisión, mientras dejas con cualquier excusa a tu hija en casa de familiares que le darán de cenar. Al fin y al cabo, también son años de suerte: por la ayuda recibida de esa familia y esos dos amigos que realmente llegan a brillar en las interminables travesías por el desierto, infatigables a la hora de escucharte cuando pueden y siempre un poco más de lo razonable. Ya se sabe: Dios los cría…

También son tiempos de blindarte junto a tu pareja y hacer frente a los buitres que, en nombre de la Santísima Banca, intentan despellejarte como el cadáver económico que para ellos resulta ser tu familia.

Suerte y trabajo nos han llevado a poder decir, con la boca muy, muy pequeña, que estamos dejando nuestra condición de zombis. Poco a poco y diciéndolo en voz baja, muy baja. Siempre se puede tener una recaída.

Me siento un privilegiado: no quiero pensar lo que ha sido y lo que es para las familias que no tienen la suerte de una mano amiga, de un familiar capaz de ayudar; para los que partían de una situación peor que la nuestra. Y es que antaño los dos nos ganábamos muy bien la vida.

Muy rápido empiezo a ver desenfocada aquella forma de no vivir, de no morir, de quedarme quieto como un animal apaleado, desconfiado, pendiente de dónde iba a venir el siguiente varapalo, el siguiente corte de luz, el siguiente corte de agua, las próximas amenazas en nombre de los “Servicios” Bancarios, Jurídicos…

Ahora hemos soltado el lastre. Ya vivimos en una casa de alquiler y podemos elegir el menú de nuestras comidas y cenas diarias. Espero seguir siendo consciente durante mucho tiempo de la existencia de los zombis y hasta muertos económicos que están al lado de nuestra casa. Siguen viviendo entre nosotros, pero no sabemos si en mayor o menor número porque no aparecen en las macrocifras económicas del país.

Un besazo enorme a mis pronto olvidados compañeros zombis: seguid luchando, porque estáis solos.

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