Raffel Pages ya no está con nosotros y me gustaría contaros como era Mi Raffel, como ocurre con las celebridades, de él cada cual tiene su versión personalizada.
Tuve el placer de compartir instantes, durante los 35 años en que nos conocimos, pero es al reflexionar sobre su figura cuando uno toma consciencia de la complejidad, de lo poliédrica que es la vida de los Grandes personajes, las grandes personas.
Amante de la Peluquería, de la belleza, de la historia, de su París, su Barcelona.
Intelectual activo e involucrado en culturizar el amado sector, luchando a brazo partido con la atávica sordera de este.
Atípico influencer que llegó a la cima de las redes sociales, a su manera, sin aspavientos, pero exponiendo descarnadamente sus emociones y pensamientos.
Patriarca por vocación, en su vida apostaba por el grupo.
Equipos profesionales, en los que confiaba como multiplicador del valor del propio trabajo.
Cuadrillas de amigos y familiares en sus momentos de ocio, siempre capitaneando, guiando al equipo, al conjunto.
Así pues lo veía rodeado de gente, aunque por el rabillo de su mirada, creí distinguir sentimientos de soledad asomando.
Equilibrado y sensato, generoso y elegante como sus trabajos, un personaje público que siempre tuvimos ahí, a mano.
Una vida plena, redonda aunque incompleta e imperfecta por mortal, ejemplo a seguir en mucho, para muchos.
Un de esas personas que vale la pena conocer, con la que vale la pena compartir.
De inquieta alma, siempre nos susurrará olvidadas anécdotas de peluquería al pasear por cualquier callejuela de Montmartre o nos invitará a tomar un café al pasar por su terraza de la Cervecería Catalana a la hora de desayunar.
¿Quién nos enseñará ahora a acariciar almas con el peine?
¿Quién con naif optimismo seguirá apoyando utópicas causas, inalcanzables en tiempos de corsarios de esperanza?
Exorcista de las pequeñeces que atenazan esta gran profesión, torrente de cordura, vasto conocimiento compartido de forma basta, sin depurar, ansiosa de colmar nuestra ignorancia de lo sido y de lo que se es.
Seguro que te volveré a sentir en esas callejuelas y esa terraza.
Nos quedó tanto por hacer…
¡Que triste si no he aprendido de ti y aprehendido algo de lo tuyo!
¡Que inútil todo, uno, sino!
No puedo llorarte, no concibo todavía tu falta, cuanto frío habrá entonces…