Los últimos retazos del siglo XX mueren lentamente víctima del coronavirus.
Se desintegran esas inercias de negocio, estructura y relaciones que han sobrevivido durante los últimos 20 años, pero que el profundo cambio que ha traído lo acaecido este 2020 obliga a descartar a través de un nuevo planteamiento total, mundial.
Nuestro sector ya hace tiempo murmura, descontento y frustración.
Algo parece no funcionar.
Nada funciona aseguran otros.
Ponemos en tela de juicio la configuración de nuestras formaciones, la falta de consenso colectivo nos duele, el modelo de nuestros negocios parece esfumarse por el desagüe y en general cualquier otro patrón, que no ha tanto tiempo era formulado como una ecuación matemática infalible e inalterable, parece antiguo e ineficaz.
Hasta el fundamento mismo de la profesión se encuentra en jaque, porque ¿Cómo ha de ser un peluquero, artista, empresario, estilista?
¿Un profesional polivalente o especializado?
¿Qué conocimientos y técnicas ha de poseer?
¿Qué actitudes buscamos en él, en nosotros?
En fin, ese desconcierto propio, ese sentimiento de estar perdido, que muchos tenemos, parece ser que es una tónica más que extendida y posiblemente, producto de la carga de profundidad que ha resultado ser esta experiencia que los confinamientos han tenido y tendrán sobre nosotros.
2020 parece gritarnos que se acabó funcionar con las premisas, con los modelos válidos hasta ahora, productos de un burdo maquillaje de los heredados del siglo anterior.
En cualquier conversación al respecto, da lo mismo que lo hagas con un compañero, con un responsable de una multinacional, de una franquicia, de una feria internacional, de una academia de formación, todos buscan nuevas fórmulas que sustituyan las actualmente vigentes, dadas por caducas ya.
Con la boca pequeña se insiste una y otra vez que hay que dialogar, debatir, compartir ideas, buscando formulaciones frescas que poner en práctica de inmediato sustituyendo las inválidas actuales, dispuestos a la rapiña ante cualquier atisbo de novedad.
Se necesitan nuevas ideas,
Pero entonces, ¿Quiénes tienen en sus mentes, los conceptos que nos han de llevar al siguiente nivel, los planteamientos que nos ayudarán a salir de este lodazal?
¿Dónde están los vanguardistas, los intelectuales amigos de invenciones?
Es posible que conscientemente y aún hoy en día, hayamos eliminado a los pensadores de antaño, a los soñadores de disonantes modelos y extraños experimentos, ahogándolos con nuestros negativos movimientos de cabeza disuasores de cualquier camino que no sea el estándar.
Hemos hecho de las cuentas de resultados y los saldos económicos, los jueces y verdugos de los proyectos que han intentado ver más allá del hoy, de lo establecido por el pragmatismo y dictadura del mercado que hubieran podido servir de abono para nuevos métodos, nuevas fórmulas.
En nuestro sector, esta avanzadilla que es la vanguardia, los adelantados al hoy, ha quedado relegada a su parte creativa.
Hoy solo un puñado de poetas inconformistas con el extermino, incondicionales de la utopía que nadando solos a contracorriente, sobreviven flanqueado por columnas de profesionales gritándoles que no se puede, que su labor es inútil.
Pero ante un reto de esta envergadura necesitamos muchos más, de muchas más disciplinas.
Necesitamos soñadores del cómo y del qué formar.
Inventores de salones y servicios hoy impensables.
Paladines de nuestros derechos y deberes.
Visionarios que nos compartan cultura y conocimientos de heterogéneo contenido.
Necesitamos un cambio de actitud general.
Un despertar individual que nos haga replantear, reinventar todo al margen de egoísmos y egocentrismos inútiles.
No es una reflexión individual, es una llamada de socorro que reza
“Se busca con urgencia soñadores de los futuros, que nos salven del presente”
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