Y los sueños, sueños son

Un día me pareció soñar…

Como una neblina que oculta la mayoría de la realidad, de las verdades que contemplar y vivir, el artificio y la falsedad ganaban terreno día a día.

Como un lícito ejercicio de marketing, nos permitíamos en un inicio, exponer en primera fila las virtudes de un producto o persona, para posteriormente pasar a ocultar sus defectos.

Para dar cabida a toda suerte de triquiñuelas en este sentido, medio/verdades, rumores elevados a certezas y demás mentiras aupadas a la categoría de ley, se tuvo que acuñar un nuevo término.

Así es como pasamos a vivir en la era de la posverdad.

Toda esta suerte de despropósitos iban arrinconando a la cada vez mas ninguneada verdad, rellenando su virtuoso espacio con términos y conceptos encaminados a complacer a la mayoría, rebaño conducido con adulaciones acordes a sus, cada vez más frágiles, egos.

De esta manera parecía que servíamos a vete tú a saber que mediocres propósitos, necesitados éstos, de otras verdades que no eran las de siempre, para existir.

Así, sumergidos en esa era digital, empezábamos multiplicando por mucho, nuestros antaño contados con las manos, amigos, anulando el valor a tan delicado tesoro.

Paralelamente desarrollábamos una incontenible necesidad de ser más mensurablemente populares, ser más envidiados por el resto de muñecos en las redes.

Mientras nuestro avatar de ceros y unos crecía, menguaban nuestros recursos sociales y personales para hacer frente a los conflictos reales.

Con el devenir, nuestra imagen física también solicitaba atención para responder a las expectativas de los cánones de belleza dictaminados.

Aparecían fantásticas app con sus maravillosos filtros de de belleza para retocar nuestra deficiente imagen.

¿Qué sería de nosotros cuando nos enfrentáramos desnudos, a la crudeza del espejo carente de filtro alguno, o cuando nos asomáramos al abismo de nuestro realidad interior?, pensaba como para mi interior.

En nuestro sector, explotábamos niveles de retoque, recalificando colecciones como hijas de San Photoshop.

Corrían por las redes, fotografías de productos que siendo infografías salidas de los programas de diseño, no correspondían a productos físicos reales.

Al poco tiempo, en este mundo lo del tiempo era muy relativo, nos sobrevenía la necesidad de poblar e invertir en nuevos universos llamados a desplazar al desgastado que hasta entonces habíamos merodeado.

Les llamábamos Meta-versos.

Está claro, nuestra realidad no nos gustaba y en vez de intentar mejorarla, preferíamos vivir en otras creadas por otros.

Hacia el final de mi pesadilla, asistíamos a un nuevo embate, definitivo según algunos, de la mentira maquillada, del engaño, con consecuencias insospechadas por todos.

Su nombre, Inteligencia Artifical, IA para los amigos.

Como insaciable fieras devoradoras de fatuas promesas, asitíamos impasibles, complacientemente diría yo, a este festín de inconsistentes quimeras que frente a nosotros desfilaban, pero, ¿Con qué fin?

¿Cuál era el sentido de todo ese camuflage, esa irrealidad genocidio de la verdad?

Los profetas del nuevo credo, en aras del progreso, predicaban tecnología, la que debía dictar el palpitar de nuetras mentes y sentires.

Disidencias y decrepitudes de lo arcaico, serían desterrados por el algoritmo definitivo que nacería en el seno de un dispositivo cuántico y cuyo padre sería la propia mística tencología.

Sería entonces cuando ella, nos presentara la nueva, única y verdadera realidad y el lugar que nosotros debíamos ocupar en él.

En ese meta-verso, ya no habrían espejos con filtros.

Todos éramos idealmente hermosos, y por tanto felices, avatares definidos matemáticamente perfectos.

Angustiado, de un sobresalto desperté,

¡Solo una pesadilla!.

En un rincón, en mi antiguo tocadiscos, Riders on the Storm sonaba en un bucle sinfin…

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